lunes, 22 de septiembre de 2008

¿Viejos con pasión?


Caminó por las húmedas calles sin mirar atrás; con el diario bajo el brazo, procurando tapar “ese” aviso. Nervioso, ansioso. Abrió la puerta una opulenta señora y de la mano lo entró.
Pasearon frente a él todas con caras de tristeza, lo notó, a pesar de la disfrazada sonrisa y el parafernálico atuendo. Escogió a la morena: “la belleza nativa”.
Entre los besos, rasguños y mordidas desesperadas, recordaba a aquella cordial mujer que un día lo deshizo en deseos y hoy provoca algo más que ternura; seguramente lo espera como siempre, con una silenciosa sonrisa torcida en su rostro y la cena servida.
A ratos no quitaba esa imagen de su mente y la culpa por recurrir a ese antro por primera vez (por cierto, no la última); pero apretaba sus ojos y dejaba fluir ese deseo que hace casi 20 años no liberaba.
Al abrirlos comprendió que esa “belleza nativa” era María, la cordial mujer que dejó el delantal y besaba, y rasguñaba, y mordía, como en sus más pervertidos sueños.

La sabiduría en la inocencia


Mamá y el tío Lalo hablaban bajito, como si yo no supiera qué decían. Yo siempre les pregunto, porque el tío Lalo era mi amigo, me traía dulces y encumbraba volantín conmigo y aunque sabía que hablaban de esos paquetitos que mi mamá le guardaba, ellos sólo me decían que estaban creándome el futuro, como cuando yo armaba esos aviones con los cartones que encontraba. Lo que nunca me atreví a preguntar es por qué cuando llegaban hartos señores, yo debía decir que mi mamá no estaba y no conocía a ningún tío Lalo, eso si era cosa de adultos.
Un día no me preguntaron más y entraron, yo cerré bien los ojos y me tapé las orejas como mi mami me dijo, canté esa canción que a ella le gusta… cuando todo pasó, no vi más al tío Lalo.
Mi mamá me dijo que se fue a otra ciudad y por eso lo lloraba a ratos, pero yo se que se lo llevaron preso.